Ella vive en mi
Acabo de quedarme solo en casa. No pasa ni un minuto desde que ha sonado la puerta y corro hacia el cajón de mi ropa interior. Meto la mano hasta el fondo y saco mi pequeño tesoro. Es negro y de encaje. Me desnudo y me coloco las braguitas. Un escalofrío recorre mi cuerpo desde los pies hasta la cabeza donde una vocecita me susurra al oído 'Hola de nuevo, cariño'. Me es casi imposible transmitir con palabras qué es lo que siento. No es sólo una sensación sexual, va mucho más allá. Siento como una paz interior que me reconforta enormemente en lo más interior de mi alma. Me siento feliz, tranquila... en paz, como si me hubiera reencontrado conmigo mismo.
Me basta con sentir la tela de encaje sobre mi cuerpo, la presión de un sujetador sobre mi pecho o mi espalda, la tensión de mis gemelos sobre unos tacones, el sabor del carmín sobre mis labios o la sujeción que siento sobre mis muslos cuando intento separarlos al andar enfundado en una falda. Con cualquier situación de estas me basta para sentirlo. Sentir 'eso' indescriptible que no puedo dejar de buscar día tras día porque dentro de mí existe un ser que necesita respirar con cada uno de estos gestos. ¿Quién es? No lo sé, pero me da la impresión de que en mi alma habita todavía un resquicio de la persona que fue en su existencia anterior que no se borró del todo en el proceso de reencarnación. Suena raro, pero a veces creo que tuve una vida anterior y fue en un cuerpo biológico de mujer cuyo espíritu todavía reside en mí. ¿Por qué si no iba a sentir esa sensación de paz, de “vuelta a casa” cuando mi mente intenta sentirse mujer a través de estas acciones?
Me sería más fácil pensar que los deseos de travestirme son sólo fruto de una fantasía sexual que no sé bien a santo de qué me acompaña desde mi más tierna infancia. Sin más. Solo una fantasía sexual. Qué fácil y simple sería. Un mero impulso físico que debería desaparecer tras aliviar mi tensión sexual. Pero la mayoría de las veces no es así. Disfruto sexualmente, sí, pero a la vez dentro de mí vislumbro una halo de tristeza y desilusión ante la inminente vuelta a mi existencia masculina. Un desasosiego que me acompaña hasta la próxima vez que vuelvo a sentir ese escalofrío que vuelve a recordarme que ella vive en mí.